jueves, 8 de noviembre de 2018

LOS AMIGOS NO SE OLVIDAN NUNCA



Eduardo, orillaba los cuarenta y cinco años, la sal había dejado sus rastros en el rostro marcándole los entre ceños, se mantenía en buen estado físico gracias a utilizar una bicicleta y sus trotes diarios por la playa y lo principal era que vivía muy tranquilamente y para sí, tenía una privilegiada y excelente ubicación frente al mar. 
La casa  cercana a Monte Pasubio, a una manzana del ex Hotel Pinocho. Un chalé blanco de material, bien cuidado, con las ventanas pintadas de gris y las persianas haciendo juego. En la parte anterior había un porche y delante un esplendoroso jardín, sobre la izquierda un gran pino y un brillante suelo verde, la pared que daba con el vecino la adornaba una gran hiedra. El camino de entrada era por dos vías una desde la cochera pasando todo un piso de lajas, el otro por el medio del jardín simplemente un piso de adoquines de color gris plomo.
Podía verse un vertedero para pájaros rodeado de petunias. De acuerdo con el cartel, colgado en la pared del frente, su nombre decía La Majestad. Siempre se lo escuchaba decir que jamás se podía escoger la familia, pero si tres cosas: el lugar donde vivir, los amigos y las amantes.
Sus actividades principales no eran disimiles, se complementaban. Por un lado la escritura haciendo artículos de reflexión y comentarios de actualidad para diarios y revistas, cobrando cuando podía, algunos pesos por ellos. Por otro lado locutor diario de radio en un programa romántico por amor al arte, en el que modulaba su voz leyendo y creyendo que a veces declamaba poesías. El programa se llamaba Pleamar, la radio la FM 2020 de frecuencia modulada el dueño era su gran amigo Daniel.
Le FM dos mil veinte era muy modesta y tenía un horario especial de transmisión: la apertura era de acuerdo a la hora en que se despertaba el dueño o sea Daniel, lo normal era un rango entre las ocho y las diez de la mañana, aunque alguna excepción llegó a ser a las doce del mediodía. Cerrando la misma a eso de las diez de la noche y si aparecía algún amigo, que quería continuar pasando música se podía llegar hasta altas horas de la madruga. Esos eran los especiales de las dos mil veinte en las que aparecía el “Pirata renegado de la madrugada” y ese era un personaje ganador. El lugar del dial era casi al fondo el ciento siete punto nueve.
El amigo destacaba repetitivamente que se encontraba ubicada en el Médano más alto de esa playa y cierto que se podía corroborar por lo que costaba ir cuesta arriba. Era tan bravo que todos llegaban a la radio sin aliento y con la lengua afuera. Algunos mayorcitos o pasados de peso hacían paradas intermedias.
Y realmente lo pintoresco de esa radio era la vista al mar, desde una transparente ventana acústica con doble vidrio controlaba el paso de los barcos, contaba los naufragios ocurridos allí, los días que la draga Perestrosky profundizaba el canal de acceso. También estado del mar, la dirección y velocidad del viento según como se movían los arboles. Hasta reconocía a hombres, mujeres y vehículos que pasaban por allí, pues, además, tenía unos prismáticos con los que detectaba hasta la patente de los automóviles.
El estudio media dos metros por uno sesenta de ancho, sus paredes y techo estaban forrados en madera de pino, entre ambos había colocado tergopol que ejercía la acción de aislar esa cabina estudio de todo el exterior. El piso era de un áspero cemento verde agrisado. Era tan estrecho que ahí sólo entraban dos personas sentadas en unas butacas bastante duras, el contacto del frío metal se les transmitía a la carne a través de los pantalones. Lo apretado que entraban era como estar en una lata de sardinas. En cuanto uno fumaba, fumaban los dos y casi no se veían por la humareda, y ni hablemos si uno despedía alguna flatulencia.
Cuando llegaba un tercero o tercera debía quedarse durante todo el programa parado en la puerta, la que por supuesto en ese momento no se podía cerrar. Aunque alguna vez cerraron la puerta y entraron tres con la dama en el medio sentada sobre ellos dos. El clima se hacía sentir, nunca estaban a gusto, pues con el frío se entumecían y con el calor se derretían pero algo había que los hacía seguir, algo mágico.
La antena era un remiendo de metales en cada uno de sus tramos, que en tiempo lejanos había tenido una posición vertical, ahora parecía una banana y siempre les asistía el miedo en que un viento fuerte la hiciera desaparecer. Pero el corazón era grande, las ganas que le ponían se reflejaba en el otro lado del micrófono, la cantidad de fanáticos que tenía ese programa llamaba la atención de más de un visitante. Como decía al aire su amigo con su gran poder de convencimiento:
- Pleamar. La única manera de entendernos. El programa de los enamorados. Si era romántico o romántica debía escuchar esa gran emisión radiofónica. Y largaba con esa canción del conjunto Ciencias Naturales que comenzaba así: Triste historia del poeta enamorado...
Y aquí radicaban los problemas de su amigo, pues en su intenso romanticismo, era un emulo de Don Juan Tenorio o Casanova. Se perdía en la nebulosa del amor, se olvidaba del mundo y esto le creaba graves problemas económicos y sentimentales. Líos de polleras constantes, celos, disparos de armas de fuego en su contra y amenazas de muerte de maridos abandonados. Además mujeres que lo perseguían, otras que lo acusaban de ser el padre de sus hijos.
Debido a todo eso debía esconderse pues los cobradores proliferaban a toda hora. En algunas ocasiones él lo ayudo ocultándolo en su vehículo y pagando las facturas de luz y teléfono las cuales a veces tenían el servicio suspendido y había que reponerlos.
Una de las últimas charlas, tuvieron una gran discusión, pues Daniel se había enamorado de una muchacha muy, muy joven y debido a ellos estaba viviendo una vida llena de privaciones.
Crees que vale la pena lo que estás haciendo. Con toda naturalidad y no sintiendo culpa alguna, le respondió.- Por supuesto que si Eduardo, cuando tendré otra jovencita enamorada así.
Al paso que vas ciertamente no lo creo... pues estas deteriorando tu salud. - Era cierto que no tenía dinero y dormía malamente.- Recapacita hombre, quien te dijo que no tendrás mas. Yo te hablé de ir a  Miami, allí hay mujeres con mucho dinero, podes locucionar cualquier radio.
No vengas con promesas incumplibles. Vos seguí escribiendo lo platónico, que yo vivo lo real. - fue su seca respuesta-
Eh! y porque me ofendes? si sabes que lo mío es real, pues hay mucha gente que precisa tanto del escritor como del locutor.
No te ofendo solo vivo el presente. Para que quiero vivir el futuro. Hoy es hoy y mañana quien sabe si estamos.
Pero el locutor va a estar siempre. En Quequén o Miami.

Se feliz Eduardo, se feliz, que con poco se logra...
Realmente cuando escuche la noticia de su partida me dije, amigo, los amigos no se olvidan NUNCA MIENTRAS ESTEMOS VIVOS...

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