Principio irrefutable que encierra en muy
pocas palabras el resultado de una inmensa observación humana, que el Cielo
ayuda a aquellos que se ayudan a si mismo. El espíritu de la ayuda propia es la
fuente de toda auténtica mejora en el individuo. Lo que se haga para los
hombres anula hasta cierto punto el estimulo y la exigencia para hacerlo para
sí mismo.
Ni
aun las mejores instituciones pueden dar al hombre una ayuda eficaz. Quizá lo
más que pueden hacer es dejarla libre para desarrollarse y mejorar su condición
individual. En todo tiempo se han sentido los hombres inclinados a creer que su
felicidad y bienestar deberían estar asegurados por el estado por intermedio de
las instituciones que por su misma conducta. De aquí proviene que el valor de
la legislación, como agente del progreso humano, haya sido valorado de un modo
excesivo. El hecho de ser la ínfima parte de una legislatura por votar una vez
cada dos o cuatro años, por mejor que haya sido concluido ese deber, poco
eficaz puede ser la influencia que llegue a ejercer sobre la vida el carácter
de cualquier hombre. Cada día se está comprendiendo que la función del Gobierno
es restrictiva y negativa, más bien que activa y positiva; reduciéndose
principalmente a la protección de la vida, de la libertad, y de la propiedad.
Son ciegos que guían a ciegos y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán al
hoyo (Mateo 15,14) Las leyes, sabiamente dirigidas, proporcionarían seguridad a
los hombres en el goce de los productos de su trabajo, ya sean intelectuales o
manuales, pero ninguna ley, por forzosa que sea, podrá hacer trabajar al
haragán, previsor al derrochador, sobrio al ebrio, virtuoso al vicioso. Estos
hechos sólo pueden ser realizados por medio de la acción individual, la
economía y la abnegación. Por prácticas mejores, más bien que por grandes
derechos.
El gobierno de una nación no es nada más ni nada menos que el reflejo de
los individuos que la componen. El Gobierno, que está más alto que su pueblo
será arrastrado hasta su nivel, así como el Gobierno que esté más bajo que él,
al fin será elevado. El
pueblo noble será gobernado noblemente, y el ignorante y corrompido lo será
innoblemente. El progreso nacional es la suma de la
laboriosidad individual, de la energía y de la rectitud, como la decadencia
nacional lo es de la indolencia individual, del egoísmo y del vicio. Los males
sociales no son más que el producto de la vida pervertida del hombre, y aunque
nos esmeremos en extirparlos por medio de leyes sólo conseguimos que broten de nuevo
más vigorosamente. Sólo mudaran cuando mejoremos las condiciones de vida
personal y el carácter. Se deduce aquí que el patriotismo y la filantropía más
elevados consisten no tanto en el cambio de leyes o instituciones, como en
ayudar y estimular a los hombres para que se eleven y mejoren por su propia
acción libre e independiente.
No
es el mayor esclavo el que está dominado por un tirano, por grande que sea ese
mal, sino aquel que sirve de juguete a su propia ignorancia moral, al egoísmo,
y al vicio. Los pueblos que están esclavizados de ese modo no pueden ser
liberados por un simple cambio de amo o de instituciones. Los cimientos sólidos
de la libertad deben descansar sobre el carácter individual, que también es la
única garantía segura a favor de la seguridad social y del progreso nacional.
El espíritu de la ayuda propia es el rasgo característico de las naciones
pujantes. Elevándose sobre las cabezas del conjunto, siempre se los halla sobre
una serie de individuos distinguidos sobre los demás, que se merecen el respeto
publico. Pero
el progreso de una Nación se debe a esa multitud de hombres más pequeños y
menos conocidos.
Carlos
Bonserio “Bastian”, junio 2001
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